martes, 3 de diciembre de 2013

CIUDADES IMPOSIBLES / ESPACIO LAVALLEN.2013, Curaduria x Julio Lavallen.




Sin titulo.160 x 280 cm.Esmalte sintetico sobre tela.




Las ciudades imposibles.
Por Silvina Pirraglia

               
-Ey, Candy, para vos, ¿qué tienen en común Pink Floyd, Keith Jarret, Spinetta (especialmente en Los Ojos), Peter Gabriel, Thom Yorke, Sigur Ross, Muse y Animal Collective? 

-Yo creo, desde mi humilde opinión, que lo que tienen en común todos esos artistas es esa interacción entre la violenta confusión y la dulce tristeza. Es furia que produce la nostalgia por las cosas que nunca sucedieron (que es mucho peor que la nostalgia de las cosas que sí sucedieron). Y no necesariamente me refiero a una furia reflejada en lo musical, sino como dos estados de ánimos que conforman un único color, que oscila entre esos dos matices.

(Extraído del diálogo por mail entre S.P y Candy Keselman, su disquero preferido)

                Artistas jóvenes comprometidos y con cierto aire old school no son los que abundan precisamente en la escena contemporánea local. Y entendamos esto último para hablar de aquellos que se permiten atravesar procesos de investigación y que todavía se muestran interesados en una formación sólida no sólo a partir de lo que pueda aportar el paso por uno o más talleres, sino también (y sobre todo) en lo que respecta a la formación teórica, y que se construye a fuerza de buenas lecturas -esas que templan el espíritu y favorecen una correcta tonificación neuronal-. Si nos topamos con algún artista de estos, de seguro lo reconoceremos porque son portadores de una seriedad que podríamos definir como inusual y prematura para su edad. Francisco Estarellas es un fiel representante del club de marras. Se formó en los talleres adecuados de pintura, amagó con la Publicidad (huyó despavorido) y esta temporada asiste a la clínica de obra de Marcelo Pelisier. Con varias muestras colectivas e individuales en su haber, que incluyen el C.C Recoleta y algunas galerías del circuito porteño, Ausencias -su serie de dibujos y pinturas más recientes- fue exhibida en el mes de octubre en el Camarín de las Musas y durante noviembre (y por todo el verano) podrá ser visitada en Pan y Arte.
            Ausencias está compuesta por óleos de grandes dimensiones; dibujos en carbonilla sobre papel en formato medio y pequeños bocetos en birome enmarcados para la exhibición. En todas las obras se ven paisajes urbanos imposibles; distopías al estilo de la Metrópolis pensada por Fritz Lang. Estructuras arquitectónicas deshabitadas, construidas con la misma lógica que persiguen los sueños, donde lo único que se intuye es silencio y tiempo en estado de pausa.
            En los dos últimos años de la producción de Estarellas podíamos ver desnudos; cuerpos suspendidos en el aire y toda una serie de pequeños óleos sobre tela (actualmente exhibidos en la trastienda de la galería Pasaje 17), en los que Francisco retrataba a integrantes de su círculo más cercano e intentaba “ir a buscar a la cara” el instante más cercano a la conexión con un otro. Su mecánica de trabajo empezaba con una sesión de pocas fotos de las que partía para pintar. En esas obras de 40 x 40 cm., vemos rostros que nos miran de frente, como interpelándonos a corazón abierto. Y es que por esa época, Francisco parecía estar obsesionado con la forma en que nos vinculamos; cómo nos comunicamos y tal vez, el paso siguiente era tratar la imposibilidad que bordea a estas cuestiones. Siguiendo esta línea, Ausencias se construye sobre la idea de muros que cortan la comunicación. Esos mismos que nos habitan y que intentamos demoler a base de dosis de Clonazepam y terapias varias.  
            Cuenta Estarellas que la serie empezó con pequeños bocetos hechos en birome sobre hojas de cuaderno Rivadavia. Visitaba terrazas de la Capital Federal, intentando alimentar su archivo mental de la ciudad de Buenos Aires. Cada tanto llevaba una cámara para registrar la arquitectura y topografía que se percibe desde las alturas, pero la confianza estuvo mayormente puesta en el residuo de esas expediciones. En lo que queda en el ánimo del que mira bloques de cemento en distintas alturas, con sus variantes de grises, blancos, y del que se detiene en las obras en construcción que en un futuro serán el refugio de otros. En las alturas, se gestaba algo parecido a lo que Roberto Aizenberg decía respecto de lo que para él significaba ser surrealista: “sentir de un modo tremendo el impacto de la existencia”. Y para Estarellas ese impacto pareciera estar dado por la experiencia de vivir en la ciudad y en el ajetreo estridente de un barrio como Congreso, en una ciudad de caos ascendente como Buenos Aires que responde al ritmo de las grandes ciudades, donde en el sentir de Francisco la escala humana termina por reducirse al mínimo, haciendo casi imposible la interacción y la comunicación. “Busco una reinterpretación de la ciudad, en su aspecto amenazante y alienante, con la idea subyacente de ficción, de maqueta y de ilusión”, comenta y todo esto se percibe en la obra ni bien nos topamos con sus perspectivas falseadas; piletas vacías atravesadas por flechas; líneas y carteles de velocidad que remiten a la señalética urbana y que a su vez se encuentran obliteradas en su función; construcciones sostenidas de manera precaria e irreal; pequeñas ventanas cuadradas y claustrofóbicas que dificultan el paso de luz y aire, y cualquier tipo de intercambio; edificaciones detenidas a mitad de recorrido que no llegarán a cumplir ningún objetivo habitacional y en las que prolifera el sin sentido; espacios internos como extirpados de un sueño: esos donde una casa es la idea de una casa pero en su versión más deforme y donde la vida aparece referida muy a lo lejos a través de objetos tan impersonales como un matafuegos, un inodoro, una silla o una escalera... Estarellas dibuja y pinta espacialidades que funcionan como construcciones de sentido. Estructuras, espacios y arquitecturas que vehiculizan preguntas tan heideggereanas como ¿Qué es habitar? ¿Todas las construcciones son moradas? ¿Todas las construcciones albergan en sí la garantía de que acontezca un habitar? Y si la esencia del construir, tal como decía Heidegger, es permitir el habitar estando el uno con respecto al otro -en relación de fin a medio-, en la obra esta relación aparece quebrada. La vida -ese estar en la tierra para la experiencia cotidiana- brilla por su ausencia. Y lo que se registra entonces, es el ánimo de lo que pudo ser y no fue.
            Ahora bien, ¿funcionan esas ideas de la misma manera en pinturas y dibujos? Ausencias fue pensada desde sus comienzos como proyecto pictórico. Su concepción es a partir del color y aparece a medida que se trabaja en el boceto. Cabe agregar que entre el tamaño de los lienzos, las posibilidades que ofrece el óleo de volver una y otra vez, y el tiempo de secado de la tela, el terreno resultaba propicio para que Francisco se entretuviera en nombre de la investigación, con autores como Baudrillard y Zygmunt Bauman; releyera a Henry Miller y buscara inspiración en el cine de Tarkovski. Pero un buen día, le llegó una oferta para exponer de un mes a otro en el Camarín de las Musas. Y Francisco no tenía suficiente obra nueva para mostrar. Entonces empezó con un dibujo en carbonilla y visitando el Camarín, decidió que era ese dibujo en plano horizontal, el que serviría de disparador de otros tantos para un mural en una pared lateral del espacio.  El resultado fue más que acertado. Y curiosamente en los dibujos, el mundo de las ideas que teje la trama del proyecto Ausencias, pareciera estar mejor resuelto que en las pinturas. Tal vez, tantos meses de trabajo decantaron a favor de lo que vino después…o será que el propio clima que propone el blanco y negro resulta más efectivo a la hora de decir que todo es falso. De hablar sobre la pequeñez e impotencia del individuo ante un sistema agobiante. De condensar la idea de ciudades que fagocitan; de sueños interrumpidos, de rigidez que impide el paso a lo orgánico…del fin del paradigma de progreso cuantitativo…Vaya uno a saber. El hecho es que, si en los dibujos aparecía una concepción de ciudad a lo Metrópolis o incluso a lo Brazil de Terry Gillian –convengamos que el edificio de bloques grises Shangri La donde vive el tecnócrata Sam Lowry bien podría haber sido el proyecto de una empresa constructora liderada por Estarellas- en las pinturas, el tratamiento de la espacialidad de aquellas obras que remiten a espacios interiores, pareciera encontrar sus antecedentes visuales en las obras Anselm Kiefer.
            En el mítico año 2000, las computadoras no colapsaron y Peter Gabriel editó Ovo, un disco con algunos temas ácidos como “The tower that ate people”. Con una voz distorcionada por la ayuda de la tecnología, Gabriel canta: Feel the building all around me / Like a wrap of armoured skin / but the more we are protected / the more we’re trapped within*. Pareciera que las palabras, cuando se alojan en una melodía potente, quedan suspendidas como partículas en el aire y son captadas, sin más, por aquellas almas atentas.
            Baudrillard decía que la identificación del mundo es inútil; que hay que capturar las cosas en su sueño, o en cualquier otra coyuntura en la que se ausenten de sí mismas. Y tal vez, ésta sea la decisión del artista: omitir, falsear y traer de los planos más profundos del inconsciente a la obra, aquello que preocupa para darle salida y abrir lugar a la reflexión. Porque hay que algo que está profundamente mal y tal vez convenga sentarse a hablar de ello.

* Siente el edificio a mi alrededor/ Al igual que un abrigo de piel blindada/ Pero cuanto más protegidos nos sentimos/ Más atrapados estamos dentro.

B